Después de sus estudios universitarios en lenguas modernas, latín y griego, Henri Meschonnic (1932-2009), hijo de emigrantes judíos rusos que se instalaron en París en 1924, fue movilizado en 1960 durante la guerra de Argelia. Partió con una gramática de hebreo bíblico, lo aprendió como autodidacta y leyó en la Biblia los acentos, los ritmos, la prosodia, las violencias gramaticales -el poema, en suma- que las traducciones clásicas borraban con la goma de la interpretación. Allí comenzaba su propia guerra, sin cuartel y en todos los frentes. Como profesor de lingüística y literatura en Lille, en Vincennes después de Mayo del 68 y en la Universidad de París VII; como poeta, desde 1972 hasta su muerte; como traductor al francés de muchos capítulos de la Biblia y con más de treinta ensayos de gran calibre, entre ellos, Crítica del ritmo. Antropología histórica del lenguaje , uno de sus libros señeros.
"Yo había tomado como epígrafe para Crítica del ritmo , en 1982, las palabras de Mandelstam, en la poesía es siempre la guerra´", escribe el autor en uno de los dieciséis artículos que componen Ética y política del traducir . Y en este libro cuyo original data de 2007 prosigue su combate sostenido contra: la separación del lenguaje y la vida (en esta lucha apela a Benveniste y Spinoza), las especializaciones académicas -de la lingüística a la traductología- que se ciñen a las lenguas sin plantearse una teoría del lenguaje (su referente es Humboldt), el mantenimiento del dualismo del signo que parte de un Saussure mal entendido, las interpretaciones filosóficas del poema que se basan en el sentido (el enemigo principal es Heidegger) y a veces desembocan en la mitología babeliana de lo intraducible (Steiner, Benjamin, Derrida), la hermenéutica religiosa y teológica que "desescritura" el texto que "adora" al traducirlo... La lista está lejos de ser exhaustiva.
Más relevante es el papel que le atribuye Meschonnic a la traducción en lo que él llama la "interacción lenguaje-poema-ética-política". Aclaremos que, para él, "no son las lenguas las que son maternas sino las obras las que son maternas": por caso, de la Biblia nace el hebreo y no a la inversa. Partamos de un ser de lenguaje que busca "constituirse como sujeto por su actividad", por su práctica reflexiva, al traducir. Lo importante no es lo que el texto dice -el sentido-, sino lo que hace -con su fuerza-, lo que le hace a ese sujeto que, a su vez, le hace decir a tal o cual lengua en la que escribe algo que tal vez nunca le hayan hecho decir. De esta suerte de doble forzamiento (del texto al sujeto, del sujeto a la lengua) se deriva que "traducir desempeña un papel mayor y único en la teoría de conjunto del lenguaje: el de una poética experimental"; que la poética es ética, ya que transforma tanto al sujeto que escribe como al que lee, y política, porque "la ética del lenguaje concierne a todos los seres de lenguaje, ciudadanos de la humanidad".
Se puede decir que, desde su práctica- teórica, este guerrero sin reposo "fuerza" al pensamiento como fuerza a la lengua en este libro poblado de espléndidos ejemplos de sus versiones bíblicas. Que el "Dios de los Ejércitos" devenga, en su retraducción atenta a la "panrítmica" del texto, "Dios de las multitudes de estrellas" no es un ejemplo menor. En consonancia con el combate de Meschonnic se oye la fuerza de la voz del traductor, Hugo Savino, que también vertió al español, del mismo autor, La poética como crítica del sentido y los poemas de Puesto que soy esa zarza .
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Crítica de libros / Ensayo
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